martes, 12 de marzo de 2013

UNA RAZÓN PARA LARGARME DE ESPAÑA





Hoy he sufrido uno de esos episodios -por desgracia tan comunes en nuestra geografía- en los que te apetece largarte cuanto antes de aquí, pues te hacen enfrentarte crudamente, “sin paracaídas”, a la mezquina realidad con que muchos de nuestros compatriotas se manejan a diario.

He ido al colegio donde he dado clase como profesor de Ciencias Sociales y Geografía hace poco tiempo, con un balance absolutamente satisfactorio, tanto para mi como para mis colegas y alumnos, con la intención de recoger una carta de recomendación a mi nombre que, semanas atrás, había solicitado al simpático y eficiente jefe de estudios. Me recibió la jefa de secretaría, que formaba y forma parte del departamento de Ciencias Sociales, al cual yo pertenecía cuando trabajaba allí. Su sonrisa y sorpresa eran sinceras al verme y comprobar el saludable aspecto que luzco en la actualidad -tuve que abandonar mi trabajo como profesor debido a la enfermedad que casi me lleva al Más Allá-. 

Cuando me entrega el escueto e impersonal certificado -no más de 3 líneas- que constata que a lo largo del curso 2007/2008 yo trabajé allí como profesor de Ciencias Sociales y Geografía, se lo agradezco y le comento que lo que necesitaría en realidad, es una carta de recomendación del Jefe de Estudios, en la que figure mi especial buena relación con profesores, gerencia y alumnos durante mi estancia en el colegio, además de hacer mención a mi labor como tutor de un grupo de 30 alumnos de 3º de la E.S.O. Este último punto es fundamental en mi solicitud, pues ni en el contrato ni en certificado alguno figura esta importante función. 

La respuesta de esta mujer fue: “la filosofía del colegio impide otorgar a los empleados y exempleados del colegio cualquier tipo de documento escrito diferente al de un certificado estándar”. Ante mi sorpresa, le digo que solamente necesitaría que en la carta figurase lo que, tanto ella como el jefe de estudios, me repitieron en persona de viva voz, acerca del buen recuerdo que tienen de mi paso por el colegio y de mi fantástica labor como educador y tutor. Incluso me dijeron que algunos alumnos todavía me recuerdan con cariño.

Mis esfuerzos por encontrar alguna explicación lógica rebotaron en una sólida pared, que volvía a repetir cual grabación de servicio de atención al cliente de cualquier compañía de telefonía, la frase entrecomillada más arriba. Por un resquicio del discurso al que la obligué a entrar debido a mi insistencia, se le escapó que en una ocasión, hace mucho, mucho tiempo, hubo algún tipo de conflicto con una carta de recomendación y en base a ello, la “cúpula” dirigente decidió tomar la salomónica decisión de no volver a otorgar semejante documento a nadie. Sin excepción. 

El estupor que experimento viene de la poca claridad, del oscurantismo con que se manejan asuntos absolutamente periféricos. ¡Imagínate si llego a tocar algún tema “sensible” del colegio! Y estos últimos 3 o 4 años ha habido innumerables. Resulta muy significativo que un colegio que, aparentemente defiende su independencia y espíritu liberal se rija en base a una filosofía que recuerda más a penosas épocas históricas que uno pensaba que no volverían más.

Por desgracia, esto es simplemente una anécdota que, sumada a otras muchas pequeñas  historias de índole semejante me he ido encontrando a lo largo de mi vida laboral y que últimamente están reproduciéndose y aumentando en número a la velocidad de crucero,  y me llenan de preocupación acerca del futuro inmediato de nuestro país.

España es un concepto y un nombre del que los ciudadanos de este país hemos estado orgullosos y que, los que viajamos al extranjero con cierta frecuencia, solíamos blandir con orgullo y satisfacción. Nos sentíamos importantes, interesantes, “modernos” incluso, cuando decíamos que éramos españoles. Por desgracia, esto comienza a ser algo que pertenece al inmediato pasado y que no sabemos si volveremos a recuperar en los próximos 10 o 20 años. 

En el imaginario general está plenamente arraigada la idea de que, “como en España, no se vive en ningún otro sitio”. Hasta hace poco tiempo, quizás esa sabiduría popular estaba en lo cierto. Desgraciadamente, hoy en día cuesta sostener semejante afirmación, que se queda en simple “boutade”.

No voy a entrar en discusiones de índole político o económico. Para eso ya tenemos a nuestros periodistas, que se encargan de alterar la realidad, aumentarla y deformarla según -Dios sabrá- qué oscuros intereses. Lo que quiero exponer aquí es, quizás, una de las razones -sino la principal- de que el país vaya en caída libre hacia el abismo y la hipertrofia política, socioeconómica, cultural o de cualquier área que escojamos al azar.

El oscurantismo y la mezquindad de pensamiento es y ha sido históricamente, el gran lastre que ha impedido a esta gran nación progresar adecuadamente. Las grandes corrientes de pensamiento hace ya centurias que no nacen aquí y cuando llegan, suele ser con retraso. La investigación científica y tecnológica sufre cada día más recortes y afrentas, como si todavía la Inquisición dominase los hilos y las mentes de los gobernantes, recelosos de cualquier avance.

¿Por qué permitimos que gentes mediocres de pensamiento y alma dirijan el país? Y no me refiero sólo a los miembros del gobierno o los políticos. Hablo también de esos funcionarios y funcionarias que bloquean e impiden que gente valiosa y creativa pueda llevar a cabo o desarrollar iniciativas que pudieren hacer progresar el país. Me refiero también a esos empresarios canallas que solamente velan por su propio enriquecimiento, sin formación verdaderamente empresarial, que abusan de sus trabajadores y a quienes importa un pimiento si su empresa contamina el medio ambiente, olvidando que este no es de su propiedad.

¿Dónde está la responsabilidad civil de toda esta gente? ¿Por qué los mecanismos de control de nuestra sociedad están fallando estrepitosamente? ¿Por qué tengo la sensación de que el “estado de Derecho” está desapareciendo de España a gran velocidad?

¿Qué podemos hacer para evitar la debacle? O ¿Queremos evitar esta debacle? Propongo que cada uno, en su pequeña esfera de influencia, comencemos a rebelarnos ante la injusticia, ante la burricie y nepotismo de la gente que se ha arrogado con el poder y que intenta dirigir nuestras vidas según una moral corrupta y desgastada. 

Chicas: comenzad por tomar conciencia de que el siglo XXI es vuestro siglo y actuad en consecuencia: no os dejéis manipular por ese machismo imperante en tantas áreas profesionales o sociales. Os propongo que utilicéis sabiamente las conquistas y avances que el Movimiento Feminista os ha procurado desde los años 60 y que ahora están en serio peligro.

A los demás: impidamos que con nuestra complacencia e inoperancia, los mediocres accedan a parcelas de poder en nuestro entorno. Olvidémonos de envidias y egoísmos y luchemos por el bien común DE VERDAD. Lo podemos hacer aupando y animando a personas inteligentes, preocupadas por la justicia y la equidad de oportunidades, a tomar esos puestos: en las entidades financieras, en la administración pública, en los organismos del Estado, en las empresas, en los centros educativos. Entablemos batalla frente a la mediocridad y el analfabetismo, que llevan a la decadencia moral, espiritual y económica para todos nosotros.

¿Utopía? Sólo si nos quedamos quietos cobrará esa naturaleza. En nosotros mismos está la capacidad de obrar para cambiar las cosas.